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Pisotéenme, por favor

fer Fernando Mexía, El plumilla.

“Ciudadano trabajador y honesto, pagador de impuestos y con pequeños ahorros busca banquero sin escrúpulos para someterse a sus abusos y dejarse pisotear sin perder la sonrisa por el bien de la economía de mercado. Pregunten por Pringao de Clase Media”

Si las relaciones con los bancos se buscaran en una sección de contactos de un periódico ese anuncio por palabras sería un modelo estándar. Al fin y al cabo, es la virtud del transigir la que caracteriza al Homo Sapiens Civilizadus. Solo así se entiende que tras padecer una mayúscula violación económica las cosas sigan como antes.

Me pregunto cuántos altos ejecutivos de banca se han quedado en la calle por culpa de la crisis iniciada en Wall Street. No recuerdo haber oído nada en los medios sobre dimisiones o despidos másivos de consejos de administración, presidentes y consejeros delegados. No lo recuerdo porque no ha ocurrido. La burbuja financiera empezó a desinflarse en el verano de 2007 y más de dos años después y billones de dólares de por medio, los mismos que se llenaron los bolsillos especulando con los riesgos de impago de los más pobres siguen hoy en sus despachos engordando sus cuentas. Read the rest of this entry »

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Hechos consumados

Somos consumidores de hechos consumados. Víctimas de la doctrina del caradura, la que sigue el espíritu mafioso del “primero dispara y luego pregunta”. Forma parte de nuestro ADN ciudadano. El abuso del sinvergüenza se ha convertido en un pequeño precio a pagar por la convivencia pacífica. Un pacto silencioso en el que los dóciles y cívicos ponen reclamaciones sobre papel mojado mientras los causantes del mal se frotan las manos satisfechos por salirse con la suya, o ponen cara de inocente y el grito en el cielo cuando se les da caza.

Uno tiene la sensación de que ser buen ciudadano no sale a cuenta gran parte de las veces.
Al final quedan tres opciones vitales: llevar el cuchillo entre los dientes un día sí y otro también, vivir resignado a poner la otra mejilla, o entrar en el juego suicio y pasar de víctima a verdugo. La primera, la figura del justiciero social, garantiza la infelicidad más absoluta bajo un régimen permanente de cabreo; la segunda ofrece la tranquilidad de la oveja refugiada en su rebaño y el consuelo de saber que casi todos somos víctimas en algún momento; la tercera es un arma de doble filo que puede generar satisfacción a corto plazo, pero que suele venir acompañada de una buena ración de remordimientos que tarde o temprano suelen hacer su efecto. Para ser un canalla hay que tener estómago, y no todo el mundo lo tiene.

colaEstos roles son fácilmente imaginables en cualquier cola de supermercado. Hay quienes pasan por delante del resto, armados de decisión, con la cabeza alta, transmitiendo un aura de razón y dispuestos a evitar la tediosa espera. Si nadie les dice nada, objetivo cumplido. Un clásico en esto de los hechos consumados. Usualmente, muchos de los que están guardando el orden miran para otro lado para evitar la situación violenta y se preguntan en silencio si esa persona estaba primero, si era familia del dependiente o si estaba en su derecho porque “como nadie dice nada”. Si alguno de los presentes se solivianta suele hacerlo en solitario, con algunos apoyos tímidos del resto que piensan que esa no es su guerra, y suele concluir con el caradura reculando; si bien no hasta el lugar que le correspondería. En definitiva: el que trata de aprovecharse de los demás suele sacar tajada y mejorar su situación.

Si traducimos los pequeños altercados diarios a una escala global, aunque cambien los protagonistas, los papeles se mantienen y los resultados también.

Una variable se acentúa, la estrategia de los hechos consumados suele estar vinculada a los que tienen más poder, a los que ponen las leyes para que las cumplan otros.

Un ejemplo de manual ha sido el plan ruso de invadir Georgia o de cerrar el grifo del gas a Ucrania, dejando congelada media Europa. Con excusas un tanto sibilinas, el gobierno mecido por Putin hizo bueno el “primero dispara y después pregunta”. No le gustaba lo que ocurria en la ex república soviética y entró con los tanques mientras la comunidad internacional miraba para otro lado o presentaba una queja al libro de reclamaciones de Naciones Unidas. Que es, como dirían en mi tierra, como reclamar al “maestro armero”. Nada de nada. Ahora decidió enfriar los ánimos europeos como punto de partida para negociar un acuerdo de precios sobre el gas. Una jugada inteligente para salirse con su objetivo, pero fuera de cualquier normativa de buena vencidad. Nuevamente, ganaron los hechos consumados.

En la misma línea actúa Israel, país dispuesto a reclamar sangre palestina para resarcirse de los ataques terroristas de Hamas. No solucionará el problema en Oriente Próximo, pero al menos calmará sus ansias de venganza. Es absurdo esperar represalias internacionales. El ataque israelí terminará cuando lo consideren oportuno. Luego vendrán los acuerdos de paz, que se romperan, de nuevo, cuando interese. Por la misma regla de tres, se me ocurre que la fuerza de los palestinos estaría en organizarse y cruzar todos el mismo día a la misma hora las fronteras isralíes. Una marcha verde estilo marroquí en el Sahara Occidental transportada a la franja de Gaza. No hay suficientes balas para frenar semajante avance. Tampoco acabaría con el conflicto, pero fastidiaría.

Otro experto en hechos consumados es EEUU que atacó Irak por su cuenta y riesgo o que abrió la prisión de Guantánamo para evitar su propio sistema legal, por citar un par. Las políticas nucleares de Irán y Corea del Norte siguen el mismo principio: “yo lo hago y luego ya veremos”. La lista de estos actores es interminable.

En todos los casos, estos países actuarían con el perfil del que abusa, del que aplica la doctrina de hechos consumados. Un papel que alterna con el de mirar hacia el otro lado cuando interesa. El rol del que protesta suele recaer en naciones pequeñas y débiles, que aún creen que la ONU es un organismo que merece confianza, y también la Union Europea.

La institución comunitaria vive enterrada bajo papelos, reuniones ministeriales, encuentros bilaterales, cumbres y recumbres, casi siempre borrascosas, que sirven para aumentar la burocracia, hacer un par de fotos, hablar de derechos humanos, dar palmaditas en la espalda y proyectar ilusión en la bondad de los actores internacionales. No se trata de ingenuidad, sino de falta de acuerdos internos para tener una visión común que les permita convertirse en abusadores, como el resto.

Pocas veces la UE ha sido eficaz para apaclar los ánimos de los sinvergüenzas, que al igual que en la cola del supermercado, suelen salir ganando algo incluso cuando parece que pierden. Los remordimientos brillan por su ausencia.

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Fotografía de stock.xchng

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