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Obama, la coronación de una marca

Ha recaudado más de 200 millones de dólares en venta de productos, cuenta con cerca de 4 millones de amigos en la red social Facebook, su rostro ha empapelado casas, calles y coches en EE.UU. y su victoria fue aclamada en todo el planeta. Es más, la inicial de su apellido ha puesto nombre a una generación. Barack Obama no es solo el nuevo presidente estadounidense, es una de las mejores campañas de marketing diseñadas y puestas en funcionamiento de la historia. obama-collague

Ninguna otra persona, que yo recuerde, ha llegado a convertirse en un icono, en un mito que compite en popularidad con el “Che” Guevara, John Lennon, Einsten o Martin Luther King, sin haber sido testado primero o haberse dejado la vida en el camino. El triunfo de Obama es, por encima de todo, el éxito de una marca.

A falta de que el presidente número 44 de EE.UU. haga honor a las expectativas generadas, Obama no es más que un gran producto comercial etéreo, más cercano al concepto de dios que de lata de Coca Cola. Al fin y al cabo, millones de personas han comprado la idea “Obama” basándose en un único criterio: fe ciega. En Obama hay que creer, en la Coca Cola no.

Lo magnífico de esta campaña de marketing es que ha movilizado a una gran cantidad de votantes, especialmente jóvenes, que hasta la fecha nunca habían ejercido su derecho electoral o hacía mucho tiempo que habían perdido la confianza en las urnas. Estos ciudadanos pasaron de inactivos a proactivos, de no querer oir hablar de candidatos,  a descolgar el télefono y crear cadenas de correos electrónicos para promocionar el mensaje de Obama. Se convirtieron en legionarios del “Yes, we can” porque, en el fondo, necestiban algo en qué creer.

La fórmula de Barack resultó ser tan efectiva como la de la Coca Cola pero en menos tiempo. El mensaje ha sido sencillo, directo, filosófico-religioso y repetido hasta la saciedad: esperanza, una esperanza que llegó al corazón de los estadounidenses (y de parte del extranjero) y cuya semilla germinó y creció como la ilusión de un niño que espera la llegada de Santa Claus. No fueron tanto las medidas concretas propuestas por Obama, fue su capacidad de dibujar un futuro mejor para los que siempre ven el porvenir borroso. Igual que el niño que no sabe lo que Santa Claus le va a traer de regalo pero ansía su visita, los votantes quisieron que llegase Obama al poder. Lo que lleve en el saco, lo más importante, quedó en un segundo plano.

Los fieles de Barack se constituyeron en lo que ha venido a llamarse la “Generación O”, que puede entenderse como los que apoyaron a Obama, o los primeros (si se ve un cero en vez de la letra “o”) que  iniciaron la transformación política del país. El principal baluarte de Obama para predicar su mensaje fue internet. Nunca antes un político había sabido utilizar la web 2.0 de una forma tan inteligente y, sobre todo, cercana.

Obama logró conectar con sus seguidores potenciales y su testimonio corrió como la pólvora. Dio con la piedra filosofal que une a millones de internautas heterogéneos en pos de un objetivo común, una receta secreta que tiene que ver con su carisma y su credibilidad y que tratarán de imitar en los próximos años los candidatos electorales de EE.UU. y de otros países. En la red estará la clave de la victoria en unos comicios. Imagino que los asesores de aquí y de allá habrán analizado el fenómeno Obama al detalle, igual que los productores de refrescos han tratado de dar con la composición exacta y el proceso de elaboración de la Coca Cola; otro mito del marketing.

Cerca de 4 millones de seguidores en Facebook (Madonna, Michael Jackson o The Beatles cuentan con obama-facebook1500.000) , 13 millones de emails en su base de datos de contactos (4 veces más que los que tuvo John Kerry) y un rédito en donaciones “online” de más de 500 millones de dólares. Uno de los hitos de la marca “Obama” fue el mensaje de texto que se envió a través de teléfonos móviles en el que anunciaba en nombramiento de su vicepresidente y que alcanzó a casi 3 millones de personas. Un SMS que se convirtió en el mayor evento de marketing en telefonía móvil en la historia de EE.UU. A Obama ya se le llama el presidente de internet, también Obama 2.0.

Fue un pionero en usar los vídeos en internet como parte de su estrategia básica para hacer llegar sus discursos a los ciudadanos (change.gov o en YouTube), también tiene un perfil creado en MySpace, otra popular red social de la web, o en Linkedin, red de contactos profesionales. En definitiva, está en todas partes. No solo supo utilizar la web para construir su leyenda, sino que contagiados de entusiasmo (y de hartazgo a Bush) sus fans ayudaron a transmitir de él una imagen moderna y atractiva. Baste como ejemplos los vídeos Yes we can, The Empire Strikes Barack ( y otros de Humanitainment) o Wassup 2008.


SuperObama, en las calles de Los Angeles.

El ilustrador Shepard Fairey se encargó de terminar la ecuación que elevaría a Obama a un icono. Su poster de estilo pop con el busto de Obama en azul y rojo forma parte ya de la identidad del nuevo presidente. Una creación que el autor cedió a la campaña demócrata para empujar su victoria. Como Fairey otros artistas se involucraron en la construcción de su propia visión de Obama, un candidato que trascendió a su persona, lo mismo que hizo Andy Warhol con  la actriz Marilyn Monroe.

Llegados a este momento, Obama baja de los cielos electorales en olor (y no loor) de multitudes  convertido en cuasi divinidad. Su ceremonia de proclamación presidencial parece una fiesta fin de curso con la parafernalia de una inaguración de unos Juegos Olímpicos.  Alejandro Sanz, Paulina Rubio, Shakira, Beyonce, Bono, Bruce Springsteen o Sheryl Crow ponen letra y música a la verbena del nombramiento. Una celebración que glorifica la marca Obama, que vuelve a insuflar optimismo a la sociedad, aunque pensado en frío resulta excesiva en tiempos de crisis.

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Muchos de los datos de este artículo se recogieron de la revista “2009 Inauguration Special“, de Weider Publications del grupo American Media.

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