Posts Tagged éxito
Hasta los "huesos" por Boreanaz
Posted by fermexial in Columnistas, Kubelick on April 23, 2009
Kubelick, visita su blog aquí
Being David Boreanaz
Viendo cualquier capítulo de Bones a una le entran ganas de usar aquel jingle de Les Luthier para preguntarle a David Boreanaz: “usted, que está habituado a que los hombres lo respeten y las mujeres lo admiren; usted, ¿nos puede decir cómo hace?” Con cuatro muecas como único repertorio gestual Boreanaz ha conseguido que su Seeley Booth, el agente del FBI que resuelve misterios junto a la forense Temperance Huesos (Bones) Brennan, sea ese tío simpático al que todos quieren llevarse de cañas. Para las chicas, Booth es simplemente adorable, por usar uno de esos adjetivos en desuso y tan habituales en los doblajes de los ochenta. Le va al pelo, además, porque Bones es una serie antigua en los valores y también en la forma, con protagonistas que no disimulan un patriotismo modelo administración Reagan y que dialogan como Maddie Hayes y David Addison en Moonlighting.
Admitámoslo: esos ratos compartidos en el coche camino a levantar el enésimo cadáver, con carga extra de metralla dialéctica y sin más tema que el “pues anda que tú”, son deliciosos. Cualquier día estallarán la burbuja de la tensión sexual (la serie va por su cuarta temporada y no va a pasar mucho más tiempo antes de que los enrollen) y, tras un apoteósico beso y coito en elipsis, la cuadriculada Brennan le pedirá al emocional Booth que se case con ella porque, según todas las teorías antropológicas, el matrimonio es la consecuencia del amor. Booth dirá que sí, claro; no porque sea conservador, que lo es, sino porque es ese tío que siempre hace lo que hay que hacer. Que sea tan salao es lo único que evita que su americanismo no nos dé grima: él mismo reconoce, con toda la gracia, que “si hubiera sido policía en la época de los colonos, les hubiera reunido a todos y les hubiera convencido para que se rindieran, y aún seríamos ingleses”.
La legión de admiradores de David Boreanaz se lleva acumulando desde mediados de los noventa. La primera de la que tenemos noticia fue una amiga de la entonces guionista y ahora productora ejecutiva Jane Espenson. Viviendo en carne propia lo que decía Hannibal Lecter de que “la codicia empieza por lo que vemos cada día” la buena mujer se obsesionó con un chico que paseaba al perro por su urbanización a la misma hora que ella volvía del trabajo. “No te puedes hacer una idea de lo guapo que es, Jane”. Tras escuchar la descripción, Espenson se convenció de que el vecino de su amiga era el veinteañero que los productores de su serie andaban buscando como locos: un actor que encarnara la fantasía adolescente del “chico mayor” que no se parece a los pajilleros de clase, el Angel perfecto para acompañar a Buffy, the Vampire Slayer.
Aunque de cerca bizquea, David Boreanaz era lo que las abuelas llaman un buen mozo: alto, limpito y delgado sin ser tirillas, en el punto justo de tío bueno, vaya. Guapo, muy guapo, y también soso como la comida de un hipertenso. Angel podría haber sido el vampiro humanizado, de alma torturada y aire de doliente perpetuo y nada más. Otro galán blandito, demasiado varonil para ser ambiguo pero un pelín castrado, a la sombra de una novia que le daba sopas con honda a Van Dame en lo del Kick Boxing. Josh Weddon, el creador del Buffyverso, es cualquier cosa menos tonto; vio que el personaje se le amariconaba y le hizo a Boreanaz el regalo que cambiaría su carrera: reconvirtió al luminoso guaperas en el mismísimo Lucifer. Transformó a un lánguido Louis en el más retorcido Lestat. Como todos, Angel, cuando era bueno estaba bien, pero de malo era muchísimo mejor y, siguiendo un proceso de calentón tradicional, las niñas pasaron en muy pocos capítulos de suspirar por sus huesitos a desear que les mordiera el cuello. El revuelo hormonal fue suficiente como para que a principios de la tercera temporada de Buffy…, ya tuviera firmado un spin off con nombre propio. Que Angel, la serie, no fuera más que una réplica de segunda categoría del original no es culpa del esqueje Boreanaz, que floreció según lo previsto a medida que se independizaba del vampiro y se convertía en estrella. Ganó peso bruto (se puso fondoncillo) y específico (con gramos extra de experiencia y toneladas de ironía), y empezó a mirar a los cuarenta con una sonrisa de medio lado.
Booth como Angel está lejos de ser perfecto. También él tiene un pasado sanguinolento del que se arrepiente (trabajó como francotirador para el ejército). Sin embargo es un diligente padre soltero que babea cada vez que Huesos Brennan cae en uno de sus impúdicos alardes de conocimiento. Está encantado siendo el músculo (y el corazón) tras el cerebro de su compañera. En el primer capítulo, el muy chulito, le dejó claro que si ella tenía un doctorado, él tenía placa y pistola. Ideas antiguas para un personaje que, de nuevo, tiene en enfrente a una mujer que puede, sin ayuda, con todo. Él, que ya se sabe el papel, ante la amenaza de los malos le suelta frases como, “vale, ya has demostrado que eres una mujer fuerte, segura y… no vas a volver a salir nunca más sola”. Ella está encantada porque, será todo lo tarugo que quieras, pero ha hecho realidad otra fantasía adolescente: la de que la empollona, al final, se queda con el capitán del equipo de fútbol.”
%RELATEDPOSTS%
¡Me gusta la tele!
Posted by fermexial in Columnistas, Espectáculos, Kubelick on March 22, 2009
Kubelick, visita su blog aquí
R. I. P.
Hace pocos meses que murió Michael Crichton, escritor de best sellers y mente calenturienta que parió argumentos demenciales como Disclosure (¿qué varón heterosexual protestaría si Demi Moore se le tirase al cuello?) o Twister (¿perseguir tornados es una profesión?), amén del trozo de resina más rentable de la Historia (con permiso del hachís, Jurasic Park recaudó en taquilla la friolera de mil millones de dólares). Todo esto es suficiente como para que yo le hubiese declarado odio eterno y, sin embargo, le estaré por siempre agradecida, porque fue gracias a Michael Crichton que yo salí del armario.
En mi casa, cuando yo era pequeña, que te gustara la tele era, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo. ¿Leer? Cuanto más, mejor, pero engancharte a una serie era considerado un delito de lesa disciplina. Así que tuve que disfrutar de mi amor por Remington Steele a escondidas, gracias a la complicidad de aquel primer VHS y de una cinta (la única que teníamos) machacada, que fastidiaba los cabezales en cuanto desaparecía tras la alargada lengüeta. Aún hoy el crepitar del celofán me pone la carne de gallina; recuerdo el dedo sobre el botón de tracking y, poco a poco, las rayas que iban desapareciendo…
Yo pensaba que en la universidad todo sería diferente, pero no. Podías colar una cita de Woody Allen en cada conversación y nadie te consideraba una friki. Al contrario: eras la más guay. Pero ay de ti si se te ocurría confesar que encendías el televisor en soledad (en grupo, también estaban permitido ver fútbol) para algo más que estar al tanto de las noticias o ver Blood Simple en el Cineclub de madrugada. Conozco a uno que se atrevió a reconocer que, en su época de instituto, había echado un vistazo a algún capítulo de Farmacia de guardia: pasó de inmediato a convertirse en un paria intelectual. Fueron unos años muy duros.
Un martes del invierno de 1996, creada por Michael Crichton, E. R. apareció en el prime time de Televisión Española. Nunca había visto nada parecido. Desde que arrancaron los créditos no pude apartar los ojos de la pantalla. La cámara volaba, literalmente, por los pasillos del County General de Chicago. Igual que el pardillo llamado Carter procuraba no liarme, entre la incesante actividad y el exceso de información. Conocía la teoría pero, como el residente novato, estaba a punto de perder la virginidad y enfrentarme al mundo real: realización, diálogos, dirección, iluminación, trama, dirección artística, personajes, se materializaron y se combinaron con agilidad, espectáculo, riesgo, trasgresión, elegancia, pulcritud, naturalidad. No había duda, aquella era la serie perfecta. Estaba en éxtasis. Envalentonada por la euforia, al día siguiente, en mitad de una tertulia de sesudos plumillas, como un kamikaze del batallón de la cultura de los integrados, declararé orgullosa: “¡Me gusta la tele!”.
Vaya si han cambiado las cosas desde entonces. Hoy en día, por ejemplo, tener un abuelo republicano está pasadísimo; ahora lo que se lleva es presumir de que, en los noventa, ninguno podíamos despegarnos de Twin Peaks. Yo confieso que nunca me puso lo más mínimo tanto enano raro, tanta frase surrealista y tanto secundario de West Side Story. De todas las series que han pasado por mi vida E. R. ha sido quizá la más determinante y, sin duda, la más duradera hasta la fecha. Televisión Española se empeñó desde el principio en que lo nuestro no funcionara, cambiando los horarios de emisión y retirándola sin previo aviso. Yo, como la sufrida esposa de un médico, esperaba un nuevo encuentro ansiosa, despierta hasta altas horas de la mañana.
Después de diez años, la cosa se enfrió. No es que ya no me gustara pero las circunstancias cambiaron mucho. Estalló una revolución y, de la noche a la mañana resultó que ya no teníamos que estar sujetos a la dictadura de las cadenas de televisión. Empezaron a aparecer series por todas partes, frescas, arrebatadoras; muchas eran solo fachada, bien es cierto, pero tardé en darme cuenta. La carne es débil y los primeros cinco minutos eran tan contundentes… me dejé seducir.
Continué sabiendo de ella por lo que leía y lo que me contaban. Lejos de perderse como lágrimas en la lluvia, los buenos momentos que pasé con E. R. vuelven ahora, justo cuando su vida se extingue, como recortes en un álbum. Recopilados, un puñado de proezas televisivas: un falso documental emitido en directo (dos veces en la misma noche: una para la costa Este, otra para la costa Oeste), un episodio tipo “Memento”, construido a base de pequeños tramos que, desde el final, recapitulan la historia; un emocionante secuestro en el que un escocés llamado Ewan McGregor nos tiene sin salir de una pequeña tienda, y con el corazón en un puño, durante 45 minutos; ejercicios de virtuosismo narrativo donde el principio de un día de guardia transcurre paralelo al final de la noche… de ese mismo día. En otra página, un hijo sordo que cura la soberbia de Benton, un esquizofrénico que abre en canal a Lucy, un helicóptero que amputa el brazo de Romano, un pequeño terminal al que Doug alivia con la dosis de morfina adecuada, una bombero que enseña a Weaver que es sano ser gay, el nacimiento de las gemelas de Carol, la muerte de Marc…
En fin, las cosas que pasan en un hospital.
Descanse en paz.
P. S. ¡Qué despiste!, casi se me olvida mencionar que E. R., como todo el mundo sabe, descubrió para el gran público a un actor que llevaba años defendiendo secundarios en la tele y que, gracias a su paso por el County General, vio despegar una brillante trayectoria profesional: desde luego, William H. Macy tiene mucho que agradecer a E. R.
%RELATEDPOSTS%
"El plumilla" suma más de 10.000 visitas
Posted by fermexial in Cine, Colaboradores, Columnistas, Economía, Espectáculos, música, Periodismo, Política, sociedad, tecnología on February 13, 2009
El plumilla alcanzó hoy 12 de febrero las 10.000 visitas, una cifra que simboliza la buena acogida del blog tras solo dos meses de vida en el ciberespacio. Un éxito que se debe a la calidad de los textos realizados por los columnistas y colaboradores de este proyecto de opinión en español en la red.
El cine, especialmente la información relativa a los Óscar, acaparó la mayor parte de las visitas, con más de 3.000 del post sobre las nominaciones -que empezó siendo un pronóstico y se actualizó a la lista de candidatos tras darse a conocer los nombres- y cerca de 400 que lleva el extenso artículo sobre los favoritos a alzarse con la estatuilla. Las críticas de Antonio Martín y Kubelick tuvieron una gran acogida.
Destacaron también los artículos sobre los vídeos virales, el nombramiento de Obama, las aportaciones de motor del bloguero Raúl Fernández, la perspectiva periodística de Juan Berga y las aportaciones económicas de los periodistas María Benito y Óscar García Muñoz.
La última incorporación del también periodista Eduardo Alonso, centrado en la actualidad musical, o la del cinéfilo David Valenzuela, no ha hecho más que aumentar la repercusión del blog.
Gracias a todos ellos por su dedicación y esfuerzo. Gracias también a los cientos de lectores que seguís con más o menos asiduidad El plumilla, un proyecto que sigue creciendo a pesar de la crisis.
Un saludo,
Fernando Mexia