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Basta ya… Eurovisión

Ya está aquí de nuevo Eurovisión. Aún no nos habíamos repuesto de la jarana del año pasado con el “Chiki chiki” y otra vez nos absorbe un recital mediático de cantinela conocida donde el sentido patrio se impone al común. Más allá de la crítica musical de un concurso de interés discutible, la fanfarria eurovisiva acaba alcanzándonos aunque ni por asomo tengamos curiosidad por saber los puntos que le caen al  “güayominí”, la historia de la candidata de Malta o el número de ensayos de Soraya, que por efecto del forofismo embriagador se convierte en “nuestra” Soraya con posibilidades de terminar siendo “Sorayísima” en caso de éxito. Aún así, nada igualable al título con el que se coronó a la televisiva Rosa López, alias “Rosa de España”. Tela marinera.

El plumilla

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El actor Ashton Kutcher, el rey de Twitter

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Israel y Palestina, una derrota compartida

En esto del conflicto entre Israel y Palestina es fácil tomar partido, así, en caliente. Yo también lo hago, a veces con doble ración de indignación. Un inncesario desgaste de bilis que tiende a polarizar la forma en la que vemos el mundo. Si algo sobra en Oriente Próximo eso es taza y media de maniqueismo. A estas alturas de la película, y parrafraseándo el acertado clásico bíblico, “quién esté libre de pecado que tire la primera piedra” (y será por piedras y pecadores -aunque sean por lo civil-). De nada sirve buscar culpables porque después de 60 años de enfrentamientos todos los países son responsables o por activos, o por pasivos. cupula-de-la-rocaIgualmente inútil es acudir al origen histórico del problema que, si bien sería lo más justo, no resultaría práctico. A ver quién le dice a alguna de las partes enfrentadas que haga las maletas porque lo manda la prosaica ley del “yo estaba aquí antes”. A mi modo de ver, la única forma de terminar con este drama es a través de una derrota compartida. Solo asumiendo serenamente que todos pierden se puede alcanzar un estado mental que permita pasar página. Quizá el fracaso del rival reconforte lo suficiente para olvidar el propio.
Otra cosa sería ejecutar semejante plan. Se necesitaría, en primer lugar, de la implicación de EE.UU.. Que la Administración estadounidense estuviese dispuesta a dar la espalda a Israel en sus políticas con la misma firmeza con la que quiere acabar con el terrorismo de Hamas y sucedáneos. Los países contrarios a la nación judía deberían aceptar su existencia y su derecho sobre parte de la llamada “tierra santa”, incluidos los propios palestinos, responsables últimos de aplacar las acciones violentas de sus conciudadanos.
En vista de que las palabras, los diálogos y las conversaciones de paz han demostrado su ineficacia, resultaría baladí hacer un nuevo llamamiento a la cordura si los medidadores no dejasen de ser un actor en la sombra para convertirse en árbitro con capacidad de imponer unas condiciones. Esto seguramente echaría a la Unión Europea fuera de este concierto. Si por algo se caracterizan las relaciones internacionales de la UE es por perderse en palabras y gestos simbólicos que de poco sirven cuando hay que meterse en una refriega para poner orden. Digamos que todo recaería, como suele ser habitual, en la voluntad de respuesta de EE.UU.. Los cascos azules tendrían sentido solo si los estadounidenses les cubriesen las espaldas. Al fin y al cabo, las misiones de paz de los contingentes de la ONU solo han probado ser eficaces cuando los bandos apuestan por el fin de las hostilidades, si ese panorama no se produce, los soldados de las fuerzas multilaterales se convierten en comparsas del conflicto.
Israel tendría que abandonar los asentamientos y renunciar a parte del que ahora es su territorio, conquistado a base de expansiones paulatinas y varias guerras con países árabes. Palestina se convertiría en un Estado con un territorio unido. Ambos países cederían la gestión de los principales recursos naturales del área a un organismo gestor nombrado por Naciones Unidas, entidad que se responsabilizaría de la seguridad en la zona. Jerusalem se convertiría en una ciudad Estado, zona neutral regulada por la ONU y sus fuerzas de seguridad. Palestina e Israel renunciarían a tener ejército. Nuevamente su seguridad dependería de los contingentes internacionales que deberían trabajar bajo una resolución que les autorizase a ejercer el uso de la fuerza en caso necesario.  Unas medidas que conllevan riesgo, pero me atrevería a  decir que menos que dejar las cosas como están.
La llamada comunidad internacional, responsable de lo que ocurre en Oriente Próximo, sufragaría los costes económicos que se asumirían como un precio pequeño a pagar por terminar con el sufrimiento de la población civil de la zona.
Fijaría el mandato de la ONU en 50 años, con posibilidad de prórroga si fuese necesario.
El mundo no es justo, esta idea tampoco, pero ya no se trata de justicia ni de derechos, solo de soluciones. En cualquier caso, se haga lo que se haga tiene que aplicarse con firmeza, unidad, capacidad coercitiva y visión a largo plazo. Le guste o no a los dirigentes palestinos, a los políticos israelíes o a la comunidad internacional.
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Imagen obtenida de Stock.xchng

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